Después de aquella demostración de doma, ambos pararon donde me encontraba, yo estaba disfrutando como una niña, sonriendo sin parar y aplaudiendo la destreza de aquel experimentado jinete que seguía subido en los lomos de aquel semental, llamado Sagarmatha, nombre originario del monte que conocemos como Everest, que significa “la frente del cielo”, el cual se acercó a la valla donde me encontraba y Djaval se inclinó hacia mí y extendió su brazo, no me lo pensé dos veces y sin saber cómo, me encontraba subida a lomos del precioso semental, agarrada a sus crines, con los brazos de aquel desconocido rodeándome, comenzamos a galopar y, una sensación de libertad me embargó, de pronto sin darme cuenta habían desaparecido todas las preocupaciones que atormentaban mi mente, cerré los ojos e inspiré, me penetró el olor que desprendía Djaval, el cual hacia que mi mente se nublara de nuevo.
